El perfume: objeto mágico y complemento de belleza

Resulta curioso que el primer referente que nos llega al pensar en el concepto de belleza sea casi siempre una imagen visual. Parecería redundante, pero no lo es: los cuatro sentidos restantes captan estímulos que producen imágenes. Hay, pues, imágenes olfativas, táctiles, sonoras y gustativas. La sensualidad, cuya definición parte del goce de los sentidos, y la idea de belleza se componen de estímulos de diversos orígenes y no únicamente de la vista, de tal modo que, así como una sinfonía o el sabor de un platillo pueden conducir a experimentar una vivencia de belleza, la fragancia que se emplea diariamente, además de ser un sello de identidad, es un elemento esencial que configura la imagen de belleza o fealdad asociada a las personas.

Imperceptible en las fotos, el aroma es un elemento que determina qué tan atractivos nos encuentran los demás: un componente de la belleza entendida en un sentido holístico. Por otra parte, al ocultar, disimular o mejorar los humores corporales, el perfume es una suerte de maquillaje olfativo: auxiliar y constructor de la imagen personal.

Por eso, no es raro que pasados los años e incluso las décadas, se recuerde a alguien por su aroma. Desde la raíz etimológica de la palabra perfume (per fumare, en latín), que se traduce como “para ser convertido en humo”, se declara la finalidad –poética o metafísica, si se quiere –de las fragancias, que es la de evocar una presencia y trascenderla. Ésta es la razón por la que el perfume figura en tantos textos literarios y por la que podría considerarse uno de los pocos objetos mágicos que poseemos en discreta coexistencia con la utilería de la cotidianidad.

Es posible, sin embargo, que los hayamos banalizado porque asociamos su adquisición con el lujo –a veces insensato— que nos permitimos, prestigiosas tiendas departamentales y un sinnúmero de anuncios publicitarios, pero esta percepción cambia por completo cuando nos enteramos de que un conocido fabrica en casa o en un pequeño taller los propios perfumes y que conoce el arte y la ciencia detrás de los aceites esenciales y sus aromas. El perfume recobra, entonces, algo de su mística inicial porque se sabe que cada esencia tiene una propiedad de carácter curativo o estético.

Quien emplea un aceite esencial a conciencia, no únicamente es capaz de complementar el tratamiento para ciertas condiciones estéticas o de salud, también decide cómo quiere ser recordado a través del olfato.